5o domingo de Pascua, Domingo 28 de Abril de 2024

Evangelio según San Juan 15,1-8.

Legión de las Almas Pequeñas

Jesús dijo a sus discípulos: 1 «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. 2 El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. 3 Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. 4 Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. 5 Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. 6 Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. 7 Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. 8 La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos».

Les he dicho estas cosas para que mi gozo esté en ustedes

El Evangelio de este Domingo V de Pascua está tomado de los «discursos de despedida», así llamados porque, en su introducción, indican la conciencia de Jesús de estar próximo a concluir su misión en este mundo, la misión que su Padre le encomendó: «Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre… sabiendo que… que había salido de Dios y a Dios volvía…» (Jn 13,1.3).

Al lector atento del Evangelio le llama inmediatamente la atención una especie de «disonancia» en las palabras de Jesús. En efecto, la constante era que «aún no había llegado su hora» (cf. Jn 2,4; 5,25.28; 7,30; 8,20), pero sin aclarar la hora de qué. Esa aclaración llega, cuando Jesús compara su destino con el de un grano de trigo que, caído en tierra, debe morir para producir mucho fruto y agrega: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre» (Jn 12,23). Su gloria consiste en entregar su vida para producir ese fruto abundante, que tiene una doble dirección: por un lado, da a Dios la gloria que merece ofreciéndole el único sacrificio que está a su nivel; y, por otro lado, obtiene para todos los seres humanos la vida eterna. La voluntad humana de Jesús se manifiesta en ese momento, pero sólo para alinearse plenamente con la de Dios: «Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué diré: “Padre, líbrame de esta hora”? Pero, he llegado a esta hora para esto. ¡Padre, glorifica tu Nombre!» (Jn 12,27-28). Jesús, en este momento, agrega una sentencia enigmática: «Y Yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Decimos «enigmática», porque era incomprensible para los presentes. Nosotros sabemos que Él murió elevado en la cruz. Pero no lo sabían los que escucharon esa declaración. Por eso, el evangelista aclara, una vez conocido el desenlace de su vida: «Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12,33).

«Ser elevado de la tierra», que es lo que ocurrió «en su hora», también tiene un doble significado; significa ser elevado en la cruz, que es el sentido inmediato, el que aclara el evangelista; y también significa ser elevado a la gloria celestial junto a su Padre. En ambos sentidos se realiza lo que Él promete: «Atraeré a todos hacia mí». En ambos sentidos quería ser atraído San Pablo y tener comunión con Jesús: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él» (Rom 6,8). Toda la gloria del ser humano consiste en esa comunión con Cristo.

En este contexto pronuncia Jesús los discursos de despedida y en medio de ellos incluye el evangelista la analogía de la vid y los sarmientos, que propone Jesús para expresar nuestra unión con Él: «Yo soy la vid; ustedes los sarmientos». El sarmiento es parte de la vid, hasta el punto de no poder vivir separado de ella. Por eso, Jesús nos exhorta: «Permanezcan en mí, y Yo en ustedes». Que Él permanezca en nosotros no está en discusión; para eso Él vino al mundo y se hizo hombre y murió en la cruz por nosotros. El mandato se dirige a nosotros, que podemos vivir separados de Cristo, lo cual, por desgracia, muchas veces ocurre. Para prevenir esa lamentable situación, Jesús advierte: «Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí». La sentencia es absoluta: «El sarmiento no puede dar fruto por sí mismo». Esta sentencia no admite excepción. Nos permite comprender de qué fruto habla Jesús. El ser humano puede por sí mismo alcanzar el impresionante desarrollo tecnológico que ha alcanzado hoy; pero no puede alcanzar por sí mismo la libertad del pecado, de sus pasiones, que lo esclavizan; no puede por sí mismo alcanzar la vida eterna; no puede por sí mismo hacer un acto de amor, que consiste en negarse a sí mismo por el bien del otro. San Pablo enumera los frutos del Espíritu, que tienen uno primero y fundamental, el amor: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal 5,22-23). Nada de esto puede el ser humano hacer separado de Cristo. Jesús lo dice con una de sus sentencias más absolutas: «Separados de mí, nada pueden hacer», se entiende, «nada que tenga trascendencia y dimensión eterna».

El ser humano puede poseer todo lo que este mundo ofrece en riqueza, poder, placeres, etc. pero nada de eso logrará colmar su anhelo inextirpable de felicidad plena. Por tanto, todo eso es nada. Jesús lo dice de manera inmejorable, como todo lo que Él dice: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?» (Mc 8,36). Porque Dios ha puesto en el ser humano un anhelo de eternidad, que no satisface sino Él mismo, el Bien infinito. Lo dice por propia experiencia San Agustín en la frase introductoria de Las Confesiones: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto, mientras no descanse en ti» (Conf, 1,1).

Jesús nos hace una severa advertencia; lo hace porque quiere nuestro bien eterno, nuestra felicidad eterna. Nosotros queremos mucho nuestra propia felicidad; pero Él la quiere más que nosotros. Por eso, nos advierte sobre el modo cómo se pierde para siempre: «Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden». Tal vez, el tipo de madera más inútil es el de una rama de la vid. Separada de la vid no sirve para nada, sino para el fuego. La comparación es clara.

Lo dice también en sentido positivo: «Si ustedes permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán». Sobre todo, conseguiremos lo que pidió Santo Tomás de Aquino, cuando el Señor, desde el crucifijo frente al cual oraba, le dijo: «Pídeme lo que quieras». La respuesta pronta del Santo Doctor fue esta: «Te pido a ti, Señor». Esta petición es la del Bien supremo y ésta Dios la concede siempre. La promesa de Jesús se cumple: «Lo conseguirán».

Por último, Jesús nos exhorta a dar esos frutos de eternidad diciendo: «La gloria de mi Padre está en que ustedes den mucho fruto, y sean discípulos míos». Este debe ser nuestro anhelo. En esto consiste la felicidad plena: «Les he dicho estas cosas para que el gozo mío esté en ustedes y el gozo de ustedes sea colmado» (Jn 15,11).

Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo Adm. Apostólico de Santa María de L.A.

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Paz, Alegría y Amor

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Acerca de Almas Pequeñas de Hispanoamérica

Grupo Cristiano Católico que busca el crecimiento espiritual a través de la pequeñez
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